LA CIENCIA
HISTÓRICA Y LAS NUEVAS TENDENCIAS DE LA HISTORIOGRAFÍA ACTUAL
MARÍA GUADALUPE LÓPEZ
FILARDO
El vocablo “historia”,
acreditario de diversas acepciones, designa, en esencia, el acaecer y la
ciencia que estudia ese acaecer, es decir, una disciplina y su objeto. Se
plantea, sin embargo, esta doble significación: una identidad terminológica y
una diversidad conceptual, que algunos autores resuelven con el empleo de una
distinción ortográfica: la historia (con h minúscula) hace referencia al
proceso real de historiar, en tanto que la Historia (con h mayúscula)
alude a la ciencia que se ocupa de dicho proceso.
“Preguntarnos
¿qué es la historia? - señala Jesús Bentancourt Díaz - significaría
elaborar una filosofía de la historia, hacer consideraciones sobre el decurso
histórico, o simplemente relatarlo. Pero si nos preguntamos ¿qué es la Historia? Entramos en el campo de la epistemología
para tratar de explicarnos qué ciencia es ésta, cuáles son sus métodos, cuál es
el valor de sus adquisiciones, cómo, por qué y para qué se enseña.”
Refiriéndonos
a la primera conceptualización, se podría decir que escribir la historia ha
significado siempre seleccionar y relatar una serie de hechos. Pero tratar de
explicar ¿cómo se ha hecho y en qué marco disciplinar se desenvuelve?
equivaldría a revisar antiguas polémicas - actualmente de valor meramente
arqueológico - acerca de si la Historia se ajusta a la definición de ciencia.
Si se considera, como señala W.H.
Walsh, que “... una ciencia ha de ser considerada por lo menos como un
corpus de conocimientos sistemáticamente relacionados y dispuestos de un modo
ordenado, será
preciso examinar por lo menos estos cuatro aspectos en la Historia:
LOS CUESTIONAMIENTOS AL
CARÁCTER CIENTÍFICO DE LA HISTORIA
a)
La historia y otras formas de conocimiento
b)
La verdad de los hechos
c)
La objetividad histórica
d)
La explicación en la historia
a)
Con relación al problema de saber si el conocimiento histórico es sui
generis, o si puede demostrarse que su naturaleza se identifica a las de
otras formas de conocimiento (como por ejemplo el que se busca en las ciencias
naturales), los positivistas del siglo XIX adoptaron una teoría según la cual
el pensamiento histórico es, en realidad una forma de pensamiento científico,
pero de carácter particular y no reductible a él. Según postula esta teoría, al
igual que ocurre en las ciencias de la naturaleza, existen en la historia leyes
que los historiadores deben hacer explícitas para reconstruir el pasado.
b)
Los hechos que intenta describir la historia son hechos pasados,
inaccesibles a la observación directa. Pueden ser sometidos a pruebas, con
referencia a los testimonios históricos sobre los cuales el historiador debe
reconstruir los hechos, estableciendo una comprensible teoría útil de la verdad
histórica. Pero los hechos históricos deben ser comprobados en cada caso, por
lo que el historiador no sólo debe basar sus asertos en los testimonios
disponibles, sino además decidir cuáles de ellos merecen confianza.
c)
El concepto de objetividad histórica difiere del de objetividad
científica, ya que el historiador realiza su trabajo influido por tendencias y
prejuicios que no respaldan el ideal científico de un pensamiento absolutamente
impersonal.
d)
Lo primero que busca el historiador para explicar un suceso, es
integrarlo a un proceso, localizarlo en un contexto e interrelacionarlo con
otros sucesos a los que se halla ligado. Este proceso es una peculiaridad del
pensamiento histórico. En el curso de su trabajo el historiador recurre a
proposiciones generales, y en particular, a generalizaciones sobre los
diferentes modos en que los seres humanos reaccionan ante diferentes tipos de
situaciones. La historia pues, presupone proposiciones generales sobre la
naturaleza humana.
La historia puede describirse en tal
caso, como científica, es decir, como una disciplina que posee sus
propios y reconocidos métodos. La preocupación central del historiador no son
por consiguiente, las generalizaciones, sino el curso exacto de los
acontecimientos: esto es, lo que espera referir y hacer intelegible (aún cuando
en las obras históricas existen generalizaciones explícitas y se considera que
el pensamiento histórico implica cierto elemento de generalidad).
Por otra parte el historiador debe retrodecir
el pasado, es decir, establecer, sobre la base de pruebas presentes, cómo debió
ser el pasado. Su conducta al retrodecir es paralela a la del
científico cuando predice. Se ocupa primordialmente de sucesos individuales., y
es de aquí, donde surgen dos teorías.
La primera nace en Alemania a fines
del siglo XIX y es adoptada por Benedetto Croce y Roger Collingood. Se trata de
la explicación idealista típica del conocimiento histórico: la historia
es una ciencia porque ofrece un cuerpo conexo de conocimientos a los que se
llega metódicamente, pero es una ciencia de un tipo peculiar: es concreta y
termina en el conocimiento de verdades individuales. Esta teoría idealista de
la historia conlleva dos proposiciones: la primera, es que la historia está
interesada por el pensamiento y experiencias humanas, y la segunda, que por eso
precisamente, la comprensión histórica tiene un carácter único e inmediato.
El origen de la segunda teoría hay que
buscarlo en el positivismo del siglo XIX, y los autores se refieren a ella como
teoría positivista. Uno de sus principales propósitos es vindicar la
unidad de la ciencia para demostrar que todas las ramas del conocimiento
dependen de los mismos procedimientos básicos de observación, reflexión
conceptual y verificación. El proceder en historia no se diferencia en
principio de la ciencia natural; en ambos casos se llega a conclusiones
recurriendo a verdades generales y la única diferencia, consiste en que el
historiador no hace generalizaciones como lo hace el científico, a las cuales
recurre explícitamente.
LAS
APORTACIONES HISTORIOGRÁFICAS DEL SIGLO XIX
Hasta
el siglo XIX las principales aportaciones de la historiografía fueron las
realizadas por teólogos y filósofos que utilizaron el método
científico-racional, fruto de la revolución científica del siglo XVII y de la
Ilustración.
Podría
decirse que es a partir del siglo XIX, que la historia comienza a ser
reconocida como ciencia, gracias a cuatro tendencias procedentes de los cambios
provocados por la Revolución Francesa: el liberalismo, el romanticismo, el
positivismo y el materialismo histórico.
La historiografía
liberal, hija de la revolución burguesa, expresa su lucha contra la
sociedad feudal, finalizando una vez que la burguesía asume el poder.
El romanticismo
de fines del siglo XVIII, surgido como reacción frente al racionalismo de la
Ilustración, halla sus bases en los movimientos nacionalistas de Alemania. Uno
de sus impulsores fue Hegel, el creador del método dialéctico. La dialéctica
definía la historia como la “fenomenología del espíritu” y defendía el uso de
la ciencia como instrumento de desarrollo histórico.
En Francia el
romanticismo se entronca con el liberalismo y el nacionalismo, considerando al
pueblo como protagonista de la historia. Michelet por ejemplo, abogaba por un
estudio con amplitud de fenómenos de diversa índole, lo que podría
indicarse como un precedente de la historia total.
Otra
de las tendencias, el positivismo, pretendía la formación de una ciencia
social que no se confundiera con las ciencias naturales, pero que aprovechara
sus aportaciones. Comte expuso las reglas de una historia científica, señalando
la necesidad de atender a: el estudio de documentos, el no intervensionismo del
historiador en el planteamiento de problemas, la formación de hipótesis,
y la interpretación de los hechos.
Los historiadores
del siglo XIX en efecto, sintieron veneración por los hechos y los documentos.
Casos prototípicos son Ranke y Burckhardt. El primero proponía exponer los
hechos como ocurrieron, con imparcialidad y sin involucramiento por parte del
historiador. El descubrimiento masivo del documento condujo a la creencia -
como lo ha recordado Braudel - que en la autenticidad documental estaba
contenida la verdad.
Las contribuciones
de la última tendencia, el materialismo histórico, surgido como reacción
al sistema de relaciones sociales, se manifestaron en tres campos: la
filosofía, el análisis del sistema capitalista y las ciencias sociales.
En su ataque al capitalismo esta
corriente postuló un determinismo social que la condujo a elaborar un método
aplicable al estudio de la sociedad a través del tiempo. Como consecuencia,
expuso la teoría de las etapas dominadas por un modo diferente de producción,
es decir, que entendía la evolución humana a través de etapas de progreso
definidas por la naturaleza de las relaciones de producción entre los hombres.
Así surgieron las primeras
interpretaciones estructurales de la historia. Marx y Engels crearon categorías
de análisis, interrelaciones y métodos que permitirían comprender procesos y
eliminar la concepción limitada de una historia acumuladora de datos. De ahí la
influencia ejercida por el materialismo histórico en la historia como ciencia,
estimulando el estudio de los procesos y movimientos sociales y abordando los
problemas de interpretación.
Retomando en su conjunto las opciones
historiográficas que brindó el siglo XIX, nos encontramos con un espectro que
va desde empiristas, positivistas e idealistas, hasta el materialismo
histórico, y de las historias de Estados y Naciones, a la historia universal.
Todas esas corrías tendrían continuidad en el siglo XX, en el que se observa
una profunda renovación teórica y metodológica.
LAS GRANDES CORRIENTES HISTORIOGRÁFICAS DEL SIGLO XX
Entre las corrientes
historiográficas del siglo XX, el historicismo (movimiento
antipositivista que cubre desde los últimos veinte años del siglo XIX hasta la
vigilia de la segunda guerra mundial), centra su temática principal en el
debate metodológico sobre la posibilidad de las ciencias histórico-sociales; la
diversidad en su planteamiento, determina sus diferentes corrientes.
Para Dilthey las ciencias
histórico-sociales se configuran como ciencias del espíritu en antítesis
a las ciencias de la naturaleza. Esta distinción se justifica por la diversidad
tanto de objeto (por una parte la naturaleza, extraña al hombre, y por otra el
mundo humano, al que pertenece el sujeto que conoce), como de procedimiento
(por una parte la explicación causal, y por otra la comprensión de las formas
objetivas en las que la vida se realiza).
Para Windelband la antítesis
metodológica fundamental es entre conocimiento natural o ciencias
nomotéticas dirigidas a la determinación de un sistema de leyes generales,
y conocimiento histórico o ciencias ideográficas, dirigidas a la
individuación de su objeto, no importando si éste es un evento natural o bien
humano.
Rickert, continuando la línea de
Windelband, define las ciencias histórico-sociales como ciencias de la
cultura, esto es disciplinas que tienen por objeto los fenómenos culturales
considerados en su individualidad histórica, la cual coincide con su relación
intrínseca con los valores.
También Simmel, como Diltehy, indica
en la comprensión, el procedimiento propio de las ciencias sociales y del
conocimiento histórico, determinando su fundamento en la identidad entre sujeto
y objeto.
Estas posiciones confluyen en el
análisis metodológico de Weber que, adoptando el punto de vista de Rickert,
define las ciencias histórico-sociales por su método en vez de por su objeto. Pero,
a diferencia de Rickert, Weber insiste sobre la necesidad de emplear conceptos
y reglas también del saber histórico, y descubre y analiza su carácter
típico-ideal. De esta manera logra reconocer la autonomía relativa - además de
su antítesis metodológica con respecto a la investigación histórica - de las
disciplinas sociales generalizantes, en particular de la sociología: éstas son
el fruto de una obra de construcción sistemática que cumple una función
instrumental, pero no por esto menos necesaria para la individuación de los
fenómenos históricos.
Como conclusión de esta corriente
historicista puede destacarse la defensa de la historia como una construcción
mental creada por el hombre.
Entre las interpretaciones que pueden
definirse como ahistóricas se destacan la teoría cíclica de
Oswald Spengler y la teoría de Toynbee. El primero buscaba grandes
regularidades que se repiten inexorablemente, quedando el rigor histórico
relegado a un determinismo, ya que los ciclos históricos evolucionan de la
misma manera y no es posible el progreso. Para Toynbee por su parte, la
humanidad ha evolucionado a través de varias civilizaciones (veininueve en
total), sometidas a las mismas fases de desarrollo. Por lo tanto, las pautas
generales de la historia están fijadas y la investigación deja de tener
proyección.
Según los neopositivistas y
estructuralistas la historia se ocupa de hechos aislados que no
logran elevarse a generalizaciones teóricas. Para esta corriente los juicios
generales en historia son tan triviales, que carecen de valor científico. El
curso de la historia está influido por el crecimiento de los conocimientos
humanos, y como este crecimiento es impredecible, tampoco es posible predecir
el futuro de la historia.
Otra de las corrientes de renovación
científica de la historia surge a comienzos del siglo XX cuando un brillante
grupo de historiadores discuten el tema - dentro de las coordenadas del
pensamiento de su tiempo - en la Revista de Síntesis Histórica
creada en 1900 por Henri Berr y que diera origen al movimiento de los Annales
como prefiere llamarlo Burke.
En dicha revista se publicó tres años
más tarde un artículo del economista Francois Simiand titulado Método histórico
y ciencias sociales, inspirador del programa de los Annales, en el
que aplica la estadística y las fuentes cuantitativas a la historia. Por otra
parte Roger Labrousse, se dedica al estudio de los precios como base de la
historia coyuntural.
De esta manera, procurando dar
respuesta al paradigma tradicional de la historia positivista y generar a la
vez una propuesta renovadora de la disciplina histórica, que desarticulara la
“historia-batalla”, es decir la historia basada exclusivamente en hechos, o acontecimental
(y que en castellano suele llamarse “fáctica”), Lucièn Febvre y Marc Bloch
fundan en 1929, Los Annales de historia económica y social.
En Combates por la historia L.
Febvre critica la historia fundada sólo sobre documentos y hechos,
mostrando cómo un hecho no se encuentra, ni por voluntad ni por
casualidad, sino que se elabora, se construye “...el hombre –
destaca - no conserva en la memoria el pasado de la misma forma
que los hielos del Norte conservan congelados los mamtus. Arranca del presente
y a través de él, siempre lo reconstruye.
La historia pues, deja de ser un relato
pasivo, impuesto al historiador por los mismos documentos con los que trabaja,
para transformarse en una labor activa que intenta descubrir incógnitas y
problemas. “Plantear un problema es, precisamente el comienzo y el final de
toda historia. Sin problemas no hay historia” .
Las ideas directrices en que se basan
M. Bloch y L. Febvre se sustentan en: propiciar la ampliación del campo de la
historia, abarcando toda la gama de actividades humanas; sustituir la
tradicional narración de acontecimientos, por una historia analítica,
orientada por problemas; y en reclamar para ello, la colaboración
de otras disciplinas, como la geografía, la sociología, la psicología, la
economía, la antropología, la lingüística, etc.) Al decir de Pierre
Vilar:
“1) hay una sola historia: no existen compartimientos estancos entre una
historia económica, una historia política, una historia de las ideas, etc.; 2)
el historiador avanza por medio de problemas: los documentos sólo contestan
cuando se les pregunta siguiendo hipótesis de trabajo, en todos los terrenos
(material, espiritual, ideológico...), el de los hechos de masas, no de los
simples “acontecimientos”; 3) existe una jerarquía y un juego recíproco entre
“economías”, “sociedades”, “civilizaciones”, juego que constituye el tema mismo
de la ciencia histórica.”
Parafraseando a Febvre podríamos decir que no hay
historia sin problemas, y que por lo tanto, no se trata de encajar piezas
ausentes en un camino recto, predeterminado e ineludible, sino de abrir
brechas, de buscar encuentros de senderos, interrelaciones, e incluso, si fuera
necesario de replantear sobre el viejo camino.
Entre las tendencias renovadoras
impulsadas por los Annales, que recibieron el reconocimiento unánime de
la mayoría de los historiadores contemporáneos, cabría recordar la variedad de
producciones inscriptas en “... la intersección de los tres ejes principales
que M. Bloch y L. Febvre distinguían para los historiadores: la historia
económica y social, la historia de las mentalidades, las investigaciones
interdisciplinarias”.
En la década del 50’ las propuestas de
Annales alcanzarán su máxima influencia. Vicens Vives aplicará sus
principios a la labor docente e investigadora, insistiendo en las tres
dimensiones: la reflexión epistemológica, las bases estructurales, y la
ampliación de los conceptos (hecho histórico y tiempo histórico).
Como brillante representante de esta
tendencia Fernand Braudel, en su obra consagratoria El Mediterráneo y el
mundo mediterráneo en la época de Felipe II (1949 y 1966),
da forma concreta a su innovación metodológica, reflexionando sobre la
dialéctica del tiempo y del espacio y tomando como protagonista no al hombre de
Estado sino a un espacio marítimo. Braudel investiga el mundo mediterráneo en
tres tiempos de gestación (de corta, media y larga duración), que se
corresponden de hecho, a tres niveles de observación, concibiendo de esta forma
la idea de pluralidad de las duraciones.
“Así hemos llegado - dice Braudel - a
la descomposición de la historia en planos escalonados. O dicho de otra manera,
a la distinción de un tiempo geográfico, un tiempo social, un tiempo
individual.”
Trasladando esta secuencia al mundo
europeo de los siglos XV a XVIII, Braudel habrá de situar la historia de
los acontecimientos en el tiempo corto; la historia coyuntural, que sigue un
ritmo más lento, en el plano medio; y una historia estructural de larga
duración, que afecta a siglos.
La complejidad del tiempo, los
fenómenos de tendencia economicista, la historia sometida a continuos
replanteos, la permeabilidad de las civilizaciones, la relación con las otras
ciencias sociales (a las que la historia debe convertir en ciencias auxiliares
durante un proceso de crecimiento cualitativo que tiene como centro el
presente), son algunos de los temas revisados por Braudel. Entre sus
seguidores, Pierre Chaunu y Michel Vovelle habrán de ver a las mentalidades
colectivas
el cuarto nivel de esos enfoques de larga duración. En tal sentido Vovelle
sostiene que la historia de las mentalidades “debe escribirse a continuación
de la historia social y en interacción con ésta.”
A partir de la década del sesenta, la
escuela de los Annales desplazará su objeto de análisis desde la
demografía histórica de carácter cuantitativo, hacia la antropología histórica
de carácter más cualitativo, y al análisis de los comportamientos colectivos.
Según la expresión de Vovelle, la Escuela de los Annales se remonta de la bodega
al granero; desde una historia económica y demográfica, muy
productivas en los años cincuenta y sesenta, hacia una historia cultural en
pleno desarrollo en los años setenta.
Dos prestigiosos medievalistas,
Jacques Le Goff y Georges Duby, hicieron valiosas contribuciones a la historia
de las mentalidades. En 1960 Duby colaboró con R. Mandrou en una historia
cultural de Francia, y más tarde, inspirándose en la teoría social neomarxista,
comenzó a interesarse por la historia de las ideologías, la reproducción
cultural y la imaginación social, intentando combinarla con la historia de las
mentalidades.
Los fundadores de los Annales
señalaron pues, una intencionalidad de respuesta a la vieja historia,
que habría de marcar significativamente la consideración de la ciencia
histórica de la segunda mitad del siglo XX. Su interés por otros ámbitos de lo
social, la renovación de las fuentes, la búsqueda de interrelaciones con otras
disciplinas sociales, hicieron surgir nuevas posibilidades para el estudio del
pasado. En su vasta producción historiográfica M. Boch y L. Febvre y las
inmediatas generaciones de los Annales, demostraron algunas de las
posibilidades de la nueva historia.
Entre las críticas realizadas a esta
Escuela, figuran las del historiador Joseph Fontana, quien señala: la falta de
reflexión, la sobrevaloración del utillaje más que el proyecto social
y la falta de elaboración de una teoría conciente.
El CAMINO ABIERTO POR LAS NUEVAS TENDENCIAS HISTORIOGRÁFICAS
En los últimos años, coloquios y
producciones a menudo colectivas, se centraron sobre las nuevas orientaciones
de la historia, sacudida por una conmoción en sus fronteras y límites. En
un trabajo conjunto de los historiadores franceses Jacques Le Goff y Pierre
Nora, en el que colaboraron diversos autores, publicado en 1974 bajo el título Hacer
la Historia, se presentaron “nuevos problemas que ponen en tela
de juicio a la misma historia, nuevos enfoques que modifican, enriquecen,
trastornan los sectores sociales de la historia, nuevos temas que aparecen en
el campo epistemológico de la historia” ,
realizando un
recorrido sobre las diferentes “novedades” de la disciplina, que se orientó,
fundamentalmente, a la redefinición del objeto de estudio, de la metodología y
la relación con otras disciplinas.
Cuatro años más tarde, La nueva
historia,
obra dirigida por Le Goff con la colaboración de Roger Chartier y Jacques
Ravel, popularizaría la expresión, atestiguando los progresos de esta nueva
historia, así como los rápidos desplazamientos de interés dentro de su
ámbito, junto con la focalización en torno de algún tema: antropología
histórica, cultura material, imaginario, historia inmediata, larga duración,
marginales, mentalidad, estructuras.
Esta nueva historia puso de
manifiesto una gran creatividad para inventar, reinventar o reciclar fuentes
dormidas o consideradas como definitivamente agotadas, abocándose a un
“re-tratamiento” de la noción de tiempo, desechando la idea de un tiempo único,
homogéneo y lineal, estableciendo una nueva cronología científica (que data los
acontecimientos históricos no por su fecha de producción, sino según la
duración de su eficacia en la historia), y que estimula la elaboración de
métodos de “comparativismo” adecuados, que permiten comparar lo comparable.
El desafío contemporáneo de búsqueda
de nuevas formas de comunicación con el pasado, requiere de emprendimientos
interdisciplinarios en los que el historiador recree la especificidad
instransferible de la óptica propiamente histórica, con una actitud de máxima
apertura hacia “lo nuevo”. En esa dirección se orienta el camino seguido por
las corrientes historiográficas renovadoras de las últimas décadas. Algunos de
sus indicadores van, desde la innovación de las temáticas
(con especial énfasis en “el rescate de la memoria” y en el abordaje de la
llamada “esfera privada” del ciudadano común), hasta la reformulación de las
categorías de análisis y las metodologías investigativas, con una mayor
apertura al encuentro y al trabajo conjunto con otras ciencias sociales.
Las actuales tendencias de la
historiografía operan pues, en la perspectiva de una redefinición de la
historia concebida más como una disciplina comprensiva que explicativa. Las
preguntas que hoy se formulan en el campo del conocimiento social refieren,
especialmente, a la construcción de modelos de representación con los que las
disciplinas sociales describen y explicitan los acontecimientos. A diferencia
de décadas pasadas, lo que se busca actualmente son modelos predominantemente
cualitativos que habiliten un análisis inductivo y exhaustivo de lo particular,
más bien que aquellos tendientes a la postulación de leyes determinísticas
respecto de lo social en general. Ese tránsito que señalaba Vovelle de la
bodega al granero marca, en términos generales, el itinerario de una
historia que pasa del análisis exclusivista de estructuras económicas y
sociales, al estudio de una ciencia en la que importan los mecanismos de
formación y transformación de la conciencia, a partir de las definiciones
culturales del mundo de los actores.
REFERENCIAS
BENTANCOURT
DÍAZ, Jesús. “¿Qué es la Historia?” En: Revista de la Educación del Pueblo.
Montevideo, Año I, 1968, N°s. 3-4, p 33
BOURDÉ,
Guy - MARÍN, Hervé. Las Escuelas Históricas. Madrid, Editorial AKAL
Universitaria, 1992
BURKE,
Peter. La Revolución Historiográfica Francesa: la Escuela de los Annales
(1929-1984); México, Editorial Siglo XXI, 1987
BRAUDEL,
Fernand. La Historia y las Ciencias Sociales. Madrid, Editorial Alianza,
1970
FEBVRE,
Luicien. Combates por la Historia; Madrid, Editorial Ariel, 1971
LE GOFF, Jacques. Pensar la Historia. Modernidad, Presente,
Progreso. Barcelona, Editorial Piados, 1997, p. 129
LE GOFF, Jacques - Chartier, Roger - REVEL, Jacques
(comps.) La
Nueva Historia.
París, Gallimard, 1978
LE GOFF, Jacques - NORA, Pierre. Hacer La Historia. Barcelona, Editorial LAIA,
1980
LOZANO,
Jorge. El Discurso Histórico. Madrid, Alianza Universidad, 1994
VILAR,
Pierre. Iniciación al Vocabulario Histórico.Barcelona, Editorial
Crítica, 1979
WALSH,
W:H. Introducción a la Filosofía de la Historia España, Editorial Siglo
XXI, 1968
BENTANCOURT
DÍAZ, Jesús. “¿Qué es la historia?”. En: Revista de la Educación del Pueblo,
Montevideo, Año I, 1968, N° 3-4, p. 33
BURKE,
Peter. “La revolución historiográfica francesa: la escuela de los Annales”
(1929-1984). México, Siglo XXI, 1987, p. 12
Según
lo anota Burke, la revista tuvo cuatro denominaciones: Annales d’histoire
économique et sociale (1929-1939), Annales d’histoire sociale
(1939-42, 1945), Mélanges d’histoire sociales (1942-44), y Annales;
économies, sociétés, civilisations (1946). Ibid., p. 114
LE
GOFF, Jacques. “Pensar la historia” Modernidad, presente, progreso. Barcelona,
Ediciones Paidós, 1997, p. 129
BRAUDEL, Fernand; en BOURDE, Guy -
MARTIN, Hervé. “Las escuelas históricas”, Madrid, Akal Universitaria, 1993, p.
159
Aunque Durkheim y Mauss habían
empleado en ocasiones el término mentalidades, fue Lévi-Bruhl en “La
mentalidad primitiva” (1922) quien lo puso en circulación en Francia. No
obstante, M. Bloch prefirió caracterizar “Los reyes taumaturgos” (1924) –
reconocida ahora como una obra pionera en la historia de las mentalidades -
como una historia de “representaciones colectivas”, o “representaciones
mentales”. Fue Georges Lefebvre, un historiador que trabajaba un poco al margen
del grupo de los Annales, quien impuso la frase historia de las
mentalidades colectivas.
Fernand Braudel en una conferencia
inaugural dictada en el Colegio de Francia (1950) ya hablaba de “una
historia nueva”, y Lucien Febvre había empleado frases tales como “otra
clase de historia” para describir lo que estaba procurando hacer el grupo Annales.
La ambición de la “historia total”
impulsada por los Annales, habría de traducirse posteriormente, en una
gran variedad de temáticas que antes no parecían ofrecer interés como objetos
de estudio. Los olores, el cuerpo, la locura, la muerte, la salud y la
enfermedad, los hábitos de limpieza y de alimentación, entre otros, comenzaron
a ser dimensiones frecuentadas e interrogadas por los historiadores.