jueves, 5 de junio de 2014

 LA CIENCIA HISTÓRICA Y LAS NUEVAS TENDENCIAS DE LA HISTORIOGRAFÍA ACTUAL 
MARÍA GUADALUPE LÓPEZ FILARDO

El vocablo “historia”, acreditario de diversas acepciones, designa, en esencia, el acaecer y la ciencia que estudia ese acaecer, es decir, una disciplina y su objeto. Se plantea, sin embargo, esta doble significación: una identidad terminológica y una diversidad conceptual, que algunos autores resuelven con el empleo de una distinción ortográfica: la historia (con h minúscula) hace referencia al proceso real de historiar, en tanto que la Historia (con h mayúscula) alude a la ciencia que se ocupa de dicho proceso.
Preguntarnos ¿qué es la historia? - señala Jesús Bentancourt Díaz - significaría elaborar una filosofía de la historia, hacer consideraciones sobre el decurso histórico, o simplemente relatarlo. Pero si nos preguntamos ¿qué es la Historia? Entramos en el campo de la epistemología para tratar de explicarnos qué ciencia es ésta, cuáles son sus métodos, cuál es el valor de sus adquisiciones, cómo, por qué y para qué se enseña. 
 Refiriéndonos a la primera conceptualización, se podría decir que escribir la historia ha significado siempre seleccionar y relatar una serie de hechos. Pero tratar de explicar ¿cómo se ha hecho y en qué marco disciplinar se desenvuelve?  equivaldría a revisar antiguas polémicas - actualmente de valor meramente arqueológico - acerca de si la Historia se ajusta a la definición de ciencia.
Si se considera, como señala W.H. Walsh, que “... una ciencia ha de ser considerada por lo menos como un corpus de conocimientos sistemáticamente relacionados y dispuestos de un modo ordenado, será preciso examinar por lo menos estos cuatro aspectos en la Historia:
LOS CUESTIONAMIENTOS AL CARÁCTER CIENTÍFICO DE LA HISTORIA
 a)      La historia y otras formas de conocimiento
b)     La verdad de los hechos
c)      La objetividad histórica
d)     La  explicación en la historia

a)                 Con relación al problema de saber si el conocimiento histórico es sui generis, o si puede demostrarse que su naturaleza se identifica a las de otras formas de conocimiento (como por ejemplo el que se busca en las ciencias naturales), los positivistas del siglo XIX adoptaron una teoría según la cual el pensamiento histórico es, en realidad una forma de pensamiento científico, pero de carácter particular y no reductible a él. Según postula esta teoría, al igual que ocurre en las ciencias de la naturaleza, existen en la historia leyes que los historiadores deben hacer explícitas para reconstruir el pasado.
b)                Los hechos que intenta describir la historia son hechos pasados, inaccesibles a la observación directa. Pueden ser sometidos a pruebas, con referencia a los testimonios históricos sobre los cuales el historiador debe reconstruir los hechos, estableciendo una comprensible teoría útil de la verdad histórica. Pero los hechos históricos deben ser comprobados en cada caso, por lo que el historiador no sólo debe basar sus asertos en los testimonios disponibles, sino además decidir cuáles de ellos merecen confianza.
c)                 El concepto de objetividad histórica difiere del de objetividad científica, ya que el historiador realiza su trabajo influido por tendencias y prejuicios que no respaldan el ideal científico de un pensamiento absolutamente impersonal.
d)                Lo primero que busca el historiador para explicar un suceso, es integrarlo a un proceso, localizarlo en un contexto e interrelacionarlo con otros sucesos a los que se halla ligado. Este proceso es una peculiaridad del pensamiento histórico. En el curso de su trabajo el historiador recurre a proposiciones generales, y en particular, a generalizaciones sobre los diferentes modos en que los seres humanos reaccionan ante diferentes tipos de situaciones. La historia pues, presupone proposiciones generales sobre la naturaleza humana.
      
La historia puede describirse en tal caso, como científica, es decir, como una disciplina que posee sus propios y reconocidos métodos. La preocupación central del historiador no son por consiguiente, las generalizaciones, sino el curso exacto de los acontecimientos: esto es, lo que espera referir y hacer intelegible (aún cuando en las obras históricas existen generalizaciones explícitas y se considera que el pensamiento histórico implica cierto elemento de generalidad).
Por otra parte el historiador debe retrodecir el pasado, es decir, establecer, sobre la base de pruebas presentes, cómo debió ser el pasado. Su conducta al retrodecir  es paralela a la del científico cuando predice. Se ocupa primordialmente de sucesos individuales., y es de aquí, donde surgen dos teorías.
La primera nace en Alemania a fines del siglo XIX y es adoptada por Benedetto Croce y Roger Collingood. Se trata de la explicación idealista típica del conocimiento histórico: la historia es una ciencia porque ofrece un cuerpo conexo de conocimientos a los que se llega metódicamente, pero es una ciencia de un tipo peculiar: es concreta y termina en el conocimiento de verdades individuales. Esta teoría idealista de la historia conlleva dos proposiciones: la primera, es que la historia está interesada por el pensamiento y experiencias humanas, y la segunda, que por eso precisamente, la comprensión histórica tiene un carácter único e inmediato.
El origen de la segunda teoría hay que buscarlo en el positivismo del siglo XIX, y los autores se refieren a ella como teoría positivista. Uno de sus principales propósitos es vindicar la unidad de la ciencia para demostrar que todas las ramas del conocimiento dependen de los mismos procedimientos básicos de observación, reflexión conceptual y verificación. El proceder en historia no se diferencia en principio de la ciencia natural; en ambos casos se llega a conclusiones recurriendo a verdades generales y la única diferencia, consiste en que el historiador no hace  generalizaciones como lo hace el científico, a las cuales recurre explícitamente.

LAS APORTACIONES HISTORIOGRÁFICAS DEL SIGLO XIX
 Hasta el siglo XIX las principales aportaciones de la historiografía fueron las realizadas por teólogos y filósofos que utilizaron el método científico-racional, fruto de la revolución científica del siglo XVII y de la Ilustración.
Podría decirse que es a partir del siglo XIX, que la historia comienza a ser reconocida como ciencia, gracias a cuatro tendencias procedentes de los cambios provocados por la Revolución Francesa: el liberalismo, el romanticismo, el positivismo y el materialismo histórico.
La historiografía liberal, hija de la revolución burguesa, expresa su lucha contra la sociedad feudal, finalizando una vez que la burguesía asume el poder.
El romanticismo de fines del siglo XVIII, surgido como reacción frente al racionalismo de la Ilustración, halla sus bases en los movimientos nacionalistas de Alemania. Uno de sus impulsores fue Hegel, el creador del método dialéctico. La dialéctica definía la historia como la “fenomenología del espíritu” y defendía el uso de la ciencia como instrumento de desarrollo histórico.
En Francia el romanticismo se entronca con el liberalismo y el nacionalismo, considerando al pueblo como protagonista de la historia. Michelet por ejemplo, abogaba por un estudio con amplitud de fenómenos  de diversa índole, lo que podría indicarse como un precedente de la historia total.
Otra de las tendencias, el positivismo, pretendía la formación de una ciencia social que no se confundiera con las ciencias naturales, pero que aprovechara sus aportaciones. Comte expuso las reglas de una historia científica, señalando la necesidad de atender a: el estudio de documentos, el no intervensionismo del historiador en el planteamiento de  problemas, la formación de hipótesis, y la interpretación de los hechos.
Los historiadores del siglo XIX en efecto, sintieron veneración por los hechos y los documentos. Casos prototípicos son Ranke y Burckhardt. El primero proponía exponer los hechos como ocurrieron, con imparcialidad y sin involucramiento por parte del historiador. El descubrimiento masivo del documento condujo a la creencia - como lo ha recordado Braudel - que en la autenticidad documental estaba contenida la verdad.
Las contribuciones de la última tendencia, el materialismo histórico, surgido como reacción al sistema de relaciones sociales, se manifestaron en tres campos: la filosofía, el análisis del sistema capitalista y las ciencias sociales.
En su ataque al capitalismo esta corriente postuló un determinismo social que la condujo a elaborar un método aplicable al estudio de la sociedad a través del tiempo. Como consecuencia, expuso la teoría de las etapas dominadas por un modo diferente de producción, es decir, que entendía la evolución humana a través de etapas de progreso definidas por la naturaleza de las relaciones de producción entre los hombres.
Así surgieron las primeras interpretaciones estructurales de la historia. Marx y Engels crearon categorías de análisis, interrelaciones y métodos que permitirían comprender procesos y eliminar la concepción limitada de una historia acumuladora de datos. De ahí la influencia ejercida por el materialismo histórico en la historia como ciencia, estimulando el estudio de los procesos y movimientos sociales y abordando los problemas de interpretación.
Retomando en su conjunto las opciones historiográficas que brindó el siglo XIX, nos encontramos con un espectro que va desde empiristas, positivistas e idealistas, hasta el materialismo histórico, y de las historias de Estados y Naciones, a la historia universal. Todas esas corrías tendrían continuidad en el siglo XX, en el que se observa una profunda renovación teórica y metodológica.

 

 LAS GRANDES CORRIENTES HISTORIOGRÁFICAS DEL SIGLO XX

 Entre las corrientes historiográficas del siglo XX, el historicismo (movimiento antipositivista que cubre desde los últimos veinte años del siglo XIX hasta la vigilia de la segunda guerra mundial), centra su temática principal en el debate metodológico sobre la posibilidad de las ciencias histórico-sociales; la diversidad en su planteamiento, determina sus diferentes corrientes.
Para Dilthey las ciencias histórico-sociales se configuran como ciencias del espíritu en antítesis a las ciencias de la naturaleza. Esta distinción se justifica por la diversidad tanto de objeto (por una parte la naturaleza, extraña al hombre, y por otra el mundo humano, al que pertenece el sujeto que conoce), como de procedimiento (por una parte la explicación causal, y por otra la comprensión de las formas objetivas en las que la vida se realiza).
Para Windelband la antítesis metodológica fundamental es entre conocimiento natural o ciencias nomotéticas dirigidas a la determinación de un sistema de leyes generales, y conocimiento histórico o ciencias ideográficas, dirigidas a la individuación de su objeto, no importando si éste es un evento natural o bien humano.
Rickert, continuando la línea de Windelband, define las ciencias histórico-sociales como ciencias de la cultura, esto es disciplinas que tienen por objeto los fenómenos culturales considerados en su individualidad histórica, la cual coincide con su relación intrínseca con los valores.
También Simmel, como Diltehy, indica en la comprensión, el procedimiento propio de las ciencias sociales y del conocimiento histórico, determinando su fundamento en la identidad entre sujeto y objeto.
Estas posiciones confluyen en el análisis metodológico de Weber que, adoptando el punto de vista de Rickert, define las ciencias histórico-sociales por su método en vez de por su objeto. Pero, a diferencia de Rickert, Weber insiste sobre la necesidad de emplear conceptos y reglas también del saber histórico, y descubre y analiza su carácter típico-ideal. De esta manera logra reconocer la autonomía relativa - además de su antítesis metodológica con respecto a la investigación histórica - de las disciplinas sociales generalizantes, en particular de la sociología: éstas son el fruto de una obra de construcción sistemática que cumple una función instrumental, pero no por esto menos necesaria para la individuación de los fenómenos históricos.
Como conclusión de esta corriente historicista puede destacarse la defensa de la historia como una construcción mental creada por el hombre.
Entre las interpretaciones que pueden definirse como ahistóricas se destacan la teoría cíclica de Oswald Spengler y la teoría de Toynbee. El primero buscaba grandes regularidades que se repiten inexorablemente, quedando el rigor histórico relegado a un determinismo, ya que los ciclos históricos evolucionan de la misma manera y no es posible el progreso. Para Toynbee por su parte, la humanidad ha evolucionado a través de varias civilizaciones (veininueve en total), sometidas a las mismas fases de desarrollo. Por lo tanto, las pautas generales de la historia están fijadas y la investigación deja de tener proyección.
Según los neopositivistas y estructuralistas la historia se ocupa de hechos aislados que no logran elevarse a generalizaciones teóricas. Para esta corriente los juicios generales en historia son tan triviales, que carecen de valor científico. El curso de la historia está influido por el crecimiento de los conocimientos humanos, y como este crecimiento es impredecible, tampoco es posible predecir el futuro de la historia.
Otra de las corrientes de renovación científica de la historia surge a comienzos del siglo XX cuando un brillante grupo de historiadores discuten el tema - dentro de las coordenadas del pensamiento de su tiempo -  en la Revista de Síntesis Histórica creada en 1900 por Henri Berr y que diera origen al movimiento de los Annales como prefiere llamarlo Burke.
En dicha revista se publicó tres años más tarde un artículo del economista Francois Simiand titulado Método histórico y ciencias sociales, inspirador del programa de los Annales, en el que aplica la estadística y las fuentes cuantitativas a la historia. Por otra parte Roger Labrousse, se dedica al estudio de los precios como base de la historia coyuntural.
De esta manera, procurando dar respuesta al paradigma tradicional de la historia positivista y generar a la vez una propuesta renovadora de la disciplina histórica, que desarticulara la “historia-batalla”, es decir la historia basada exclusivamente en hechos, o acontecimental (y que en castellano suele llamarse “fáctica”), Lucièn Febvre y Marc Bloch fundan en 1929, Los Annales de historia económica y social.
En Combates por la historia L. Febvre  critica la historia fundada sólo sobre documentos y hechos, mostrando cómo un hecho no se encuentra, ni por voluntad ni por casualidad, sino que se elabora, se construye “...el hombre – destaca -  no conserva en la memoria el pasado de la misma forma que los hielos del Norte conservan congelados los mamtus. Arranca del presente y a través de él, siempre lo reconstruye.
La historia pues, deja de ser un relato pasivo, impuesto al historiador por los mismos documentos con los que trabaja, para transformarse en una labor activa que intenta descubrir incógnitas y problemas. “Plantear un problema es, precisamente el comienzo y el final de toda historia. Sin problemas no hay historia” .    
Las ideas directrices en que se basan M. Bloch y L. Febvre se sustentan en: propiciar la ampliación del campo de la historia, abarcando toda la  gama de actividades humanas; sustituir la tradicional narración de acontecimientos, por una historia  analítica, orientada por problemas;  y en reclamar para ello, la colaboración  de otras disciplinas, como la  geografía, la sociología, la psicología, la economía, la antropología, la  lingüística, etc.) Al decir de Pierre Vilar:
            “1) hay una sola historia: no existen compartimientos estancos entre una historia económica, una historia política, una historia de las ideas, etc.; 2) el historiador avanza por medio de problemas: los documentos sólo contestan cuando se les pregunta siguiendo hipótesis de trabajo, en todos los terrenos (material, espiritual, ideológico...), el de los hechos de masas, no de los simples “acontecimientos”; 3) existe una jerarquía y un juego recíproco entre “economías”, “sociedades”, “civilizaciones”, juego que constituye el tema mismo de la ciencia histórica.”
 Parafraseando a Febvre podríamos decir que no hay historia sin problemas, y que por lo tanto, no se trata de encajar piezas ausentes en un camino recto, predeterminado e ineludible, sino de abrir brechas, de buscar encuentros de senderos, interrelaciones, e incluso, si fuera necesario de replantear sobre el viejo camino.
Entre las tendencias renovadoras impulsadas por los Annales, que recibieron el reconocimiento unánime de la mayoría de los historiadores contemporáneos, cabría recordar la variedad de producciones inscriptas en “... la intersección de los tres ejes principales que M. Bloch y L. Febvre distinguían para los historiadores: la historia económica y social, la historia de las mentalidades, las investigaciones interdisciplinarias”.
En la década del 50’ las propuestas de Annales alcanzarán su máxima influencia. Vicens Vives aplicará sus principios a la labor docente e investigadora, insistiendo en las tres dimensiones: la reflexión epistemológica, las bases estructurales,  y la ampliación de los conceptos (hecho histórico y tiempo histórico).
Como brillante representante de esta tendencia Fernand Braudel, en su obra consagratoria El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II (1949 y 1966), da forma concreta a su innovación metodológica, reflexionando sobre la dialéctica del tiempo y del espacio y tomando como protagonista no al hombre de Estado sino a un espacio marítimo. Braudel investiga el mundo mediterráneo en tres tiempos de gestación (de corta, media y larga duración), que se corresponden de hecho, a tres niveles de observación, concibiendo de esta forma la idea de pluralidad de las duraciones.

“Así hemos llegado - dice Braudel - a la descomposición de la historia en planos escalonados. O dicho de otra manera, a la distinción de un tiempo geográfico, un tiempo social, un tiempo individual.
Trasladando esta secuencia al mundo europeo de los siglos XV a XVIII, Braudel  habrá de situar la historia de los acontecimientos en el tiempo corto; la historia coyuntural, que sigue un ritmo más lento, en el plano medio; y una historia estructural de larga duración, que afecta a siglos.
La complejidad del tiempo, los fenómenos de tendencia economicista, la historia sometida a continuos replanteos, la permeabilidad de las civilizaciones, la relación con las otras ciencias sociales (a las que la historia debe convertir en ciencias auxiliares durante un proceso de crecimiento cualitativo que tiene como centro el presente), son algunos de los temas revisados por Braudel. Entre sus seguidores, Pierre Chaunu y Michel Vovelle habrán de ver a las mentalidades colectivas el cuarto nivel de esos enfoques de larga duración. En tal sentido Vovelle sostiene que la historia de las mentalidades “debe escribirse a continuación de la historia social y en interacción con ésta.”
A partir de la década del sesenta, la escuela de los Annales desplazará su objeto de análisis desde la demografía histórica de carácter cuantitativo, hacia la antropología histórica de carácter más cualitativo, y al análisis de los comportamientos colectivos. Según la expresión de Vovelle, la Escuela de los Annales se remonta de la bodega al granero; desde una historia económica y demográfica, muy productivas en los años cincuenta y sesenta, hacia una historia cultural en pleno desarrollo en los años setenta.
Dos prestigiosos medievalistas, Jacques Le Goff y Georges Duby, hicieron valiosas contribuciones a la historia de las mentalidades. En 1960 Duby colaboró con R. Mandrou en una historia cultural de Francia, y más tarde, inspirándose en la teoría social neomarxista, comenzó a interesarse por la historia de las ideologías, la reproducción cultural y la imaginación social, intentando combinarla con la historia de las mentalidades.
Los fundadores de los Annales señalaron pues, una intencionalidad de respuesta a la vieja historia, que habría de marcar significativamente la  consideración de la ciencia histórica de la segunda mitad del siglo XX. Su interés por otros ámbitos de lo social, la renovación de las fuentes, la búsqueda de interrelaciones con otras disciplinas sociales, hicieron surgir nuevas posibilidades para el estudio del pasado. En su vasta producción historiográfica M. Boch y L. Febvre y las inmediatas generaciones de los Annales, demostraron algunas de las posibilidades de la nueva historia.
Entre las críticas realizadas a esta Escuela, figuran las del historiador Joseph Fontana, quien señala: la falta de reflexión, la sobrevaloración del utillaje más que el proyecto social y  la falta de elaboración de una teoría conciente.

 El CAMINO ABIERTO POR LAS NUEVAS TENDENCIAS HISTORIOGRÁFICAS

 En los últimos años, coloquios y producciones a menudo colectivas, se centraron sobre las nuevas orientaciones de la historia, sacudida por una conmoción en sus fronteras y límites. En un trabajo conjunto de los historiadores franceses Jacques Le Goff y Pierre Nora, en el que colaboraron diversos autores, publicado en 1974 bajo el título Hacer la Historia, se presentaron “nuevos problemas que ponen en tela de juicio a la misma historia, nuevos enfoques que modifican, enriquecen, trastornan los sectores sociales de la historia, nuevos temas que aparecen en el campo epistemológico de la historia” , realizando un recorrido sobre las diferentes “novedades” de la disciplina, que se orientó, fundamentalmente, a la redefinición del objeto de estudio, de la metodología y la relación con otras disciplinas.
Cuatro años más tarde, La nueva historia, obra dirigida por Le Goff con la colaboración de Roger Chartier y Jacques Ravel, popularizaría la expresión, atestiguando los progresos de esta nueva historia, así como los rápidos desplazamientos de interés dentro de su ámbito, junto con la focalización en torno de algún tema: antropología histórica, cultura material, imaginario, historia inmediata, larga duración, marginales, mentalidad, estructuras.
Esta nueva historia puso de manifiesto una gran creatividad para inventar, reinventar o reciclar fuentes dormidas o consideradas como definitivamente agotadas, abocándose a un “re-tratamiento” de la noción de tiempo, desechando la idea de un tiempo único, homogéneo y lineal, estableciendo una nueva cronología científica (que data los acontecimientos históricos no por su fecha de producción, sino según la duración de su eficacia en la historia), y que estimula la elaboración de métodos de “comparativismo” adecuados, que permiten comparar lo comparable.
El desafío contemporáneo de búsqueda de nuevas formas de comunicación con el pasado, requiere de emprendimientos interdisciplinarios en los que el historiador recree la especificidad instransferible de la óptica propiamente histórica, con una actitud de máxima apertura hacia “lo nuevo”. En esa dirección se orienta el camino seguido por las corrientes historiográficas renovadoras de las últimas décadas. Algunos de sus indicadores van, desde la innovación de las temáticas (con especial énfasis en “el rescate de la memoria” y en el abordaje de la llamada “esfera privada” del ciudadano común), hasta la reformulación de las categorías de análisis y las metodologías investigativas, con una mayor apertura al encuentro y al trabajo conjunto con otras ciencias sociales.
Las actuales tendencias de la historiografía operan pues, en la perspectiva de una redefinición de la historia concebida más como una disciplina comprensiva que explicativa. Las preguntas que hoy se formulan en el campo del conocimiento social refieren, especialmente, a la construcción de modelos de representación con los que las disciplinas sociales describen y explicitan los acontecimientos. A diferencia de décadas pasadas, lo que se busca actualmente son modelos predominantemente cualitativos que habiliten un análisis inductivo y exhaustivo de lo particular, más bien que aquellos tendientes a la postulación de leyes determinísticas respecto de lo social en general. Ese tránsito que señalaba Vovelle de la bodega al granero marca, en términos generales, el itinerario de una historia que pasa del análisis exclusivista de estructuras económicas y sociales, al estudio de una ciencia en la que importan los mecanismos de formación y transformación de la conciencia, a partir de las definiciones culturales del mundo de los actores.
 REFERENCIAS
 BENTANCOURT DÍAZ, Jesús. “¿Qué es la Historia?” En: Revista de la Educación del Pueblo. Montevideo, Año I, 1968, N°s. 3-4, p 33
BOURDÉ, Guy - MARÍN, Hervé. Las Escuelas Históricas. Madrid, Editorial AKAL Universitaria, 1992
BURKE, Peter. La Revolución Historiográfica Francesa: la Escuela de los Annales (1929-1984); México,  Editorial Siglo XXI, 1987
BRAUDEL, Fernand. La Historia y las Ciencias Sociales. Madrid, Editorial Alianza, 1970
FEBVRE, Luicien. Combates por la Historia; Madrid, Editorial Ariel, 1971
LE GOFF, Jacques. Pensar la Historia. Modernidad, Presente, Progreso. Barcelona, Editorial Piados, 1997, p. 129
LE GOFF, Jacques - Chartier, Roger - REVEL, Jacques (comps.) La Nueva Historia.  París, Gallimard, 1978   
LE GOFF, Jacques - NORA, Pierre. Hacer La Historia. Barcelona, Editorial LAIA, 1980
LOZANO, Jorge. El Discurso Histórico. Madrid, Alianza Universidad, 1994
VILAR, Pierre. Iniciación al Vocabulario Histórico.Barcelona, Editorial Crítica, 1979
WALSH, W:H. Introducción a la Filosofía de la Historia España, Editorial Siglo XXI, 1968
BENTANCOURT DÍAZ, Jesús. “¿Qué es la historia?”. En: Revista de la Educación del Pueblo, Montevideo, Año I, 1968, N° 3-4, p. 33
WALSH, W. H. Introducción a la Filosofía de la Historia  España, Editorial Siglo XII, 1968 p. 38
BURKE, Peter. “La revolución historiográfica francesa: la escuela de los Annales” (1929-1984). México, Siglo XXI, 1987, p. 12
Según lo anota Burke, la revista tuvo cuatro denominaciones: Annales d’histoire économique et sociale (1929-1939), Annales d’histoire sociale (1939-42, 1945), Mélanges d’histoire sociales (1942-44), y Annales; économies, sociétés, civilisations (1946). Ibid., p. 114
Febvre, Lucien. Combates por “Combates por la historia”; Madrid, Editorial Ariel, 1971, p. 32
Lozano, Jorge. “El Discurso Histórico”. Madrid, Alianza Editorial, 1994, p. 139
VILAR, Pierre. “Iniciación al vocabulario Histórico”, Barcelona, Editorial Crítica, 1979,  pp. 41-42
LE GOFF, Jacques. “Pensar la historia” Modernidad, presente, progreso. Barcelona, Ediciones Paidós, 1997, p. 129
En 1949 se edita la publicación inicial y en 1966 una versión corregida y actualizada.
BRAUDEL, Fernand; en BOURDE, Guy - MARTIN, Hervé. “Las escuelas históricas”, Madrid, Akal Universitaria, 1993, p. 159
Aunque Durkheim y Mauss habían empleado en ocasiones el término mentalidades, fue Lévi-Bruhl en “La mentalidad primitiva” (1922) quien lo puso en circulación en Francia. No obstante, M. Bloch prefirió caracterizar “Los reyes taumaturgos” (1924) – reconocida ahora como una obra pionera en la historia de las mentalidades - como una historia de “representaciones colectivas”, o “representaciones mentales”. Fue Georges Lefebvre, un historiador que trabajaba un poco al margen del grupo de los Annales, quien impuso la frase historia de las mentalidades colectivas.
VOVELLE, Michel. “La mentalidad revolucionaria”, Editorial Crítica, 1985, p. 7
BOURDE, Guy - MARTIN, Hervé. Ob. cit., p. 167
LE GOFF, Jacques - NORA, Pierre. “Hacer la historia”. Barcelona, , p. 7
Fernand Braudel en una conferencia inaugural dictada en el Colegio de Francia (1950) ya hablaba de “una historia nueva”, y Lucien Febvre había empleado frases tales como “otra clase de historia” para describir lo que estaba procurando hacer el grupo Annales.
LE GOFF, Jacques - CHARTIER, Roger - REVEL, Jacques. “ La nueva historia” , p. 291
La ambición de la “historia total” impulsada por los Annales, habría de traducirse posteriormente, en una gran variedad de temáticas que antes no parecían ofrecer interés como objetos de estudio. Los olores, el cuerpo, la locura, la muerte, la salud y la enfermedad, los hábitos de limpieza y de alimentación, entre otros, comenzaron a ser dimensiones frecuentadas e interrogadas por los historiadores.