miércoles, 2 de octubre de 2013

12 de octubre de 1492




A 521 años de la llegada de Cristóbal Colón a América, publicamos dos aportes que van más allá del simple recordatorio o efemérides y tratan de ser puntos de partida hacia la reflexión.

BREVE CRÓNICA DEL DESCUBRIMIENTO
DE UNOS HUMANOS CON UNOS DERECHOS

Miramos la llegada de los europeos a las costas de la isleta Guanahaní, que Cristóbal Colón denominó San Salvador, aquel 12 de Octubre de 1492, con los ojos de sus perplejos habitantes. Para nosotros, latinoamericanos, no puede ser de otra manera en este momento. Y la llegada a la playita de la pequeña isla de aquellos barbados europeos fue motivo de doble perplejidad. Por que la subestimación del natural de la región y el racismo consecuente de la historiografía oficial obnubilaron la versión de los “vencidos”.
Ellos los vieron acercarse en un pequeño bote, bajo el solazo de aquella mañana de Octubre. A lo lejos, se recortaba la silueta de unos extraños  palacios flotantes en las templadas aguas caribeñas. Pero lo que más les llamaba la atención era la barba rojiza o renegrida de los que trastabillaban desembarcando en la arena, el color claro de sus ojos, la blancura lechosa de su piel y la insistencia en tanta ropa encima, corazas y sombreros estrafalarios.
Por un sutil momento estuvieron como frente a frente, en una virtual detención del tiempo y la historia, observándose atónitos. Ninguno de los dos grupos, ni los hermosos y desnudos nativos ni los visitantes foráneos y revestidos en telas insólitas, podía comprender que ese momento inauguraría un ciclo nuevo e irreversible en la historia del planeta que habitaban desde siempre ignorándose.
Por ambos lados los razonamientos en los cerebros que soportaban el sol plomizo de la isleta Guanahaní, llegaban a conclusiones erradas. Colón y su gente sólo atinaban a pensar que se habían encontrado con las Indias Orientales y  que esa gente en la playa no podía ser otra cosa que unos típicos recolectores  de especias, quizás una colonia penitenciaria del Gran Khan, cuya crueldad en Europa se conocía desde los relatos de Marco Polo.
Desde la orilla, los nativos pensaban que los visitantes eran sin dudas la encarnación de los asombrosos dioses tan esperados, que vendrían del mar cumpliendo las ancestrales profecías de Kukulkan, Quetzalcóal y Viracocha. Por eso con toda la ingenuidad les otorgaron categoría divina. Aceptaron sus mandatos y sus voluntades con una facilidad infantil que les costaría el genocidio y una de las mayores tragedias humanas que se conocen hasta la fecha. Con lógica simplicidad les aplicaron las jerarquías de los dioses, la mayor para aquel jefe, alto y rubio, de grandes ojos azules. Luego, en grado inferior, a los capitanes hasta llegar al resto de la marinería, seguramente diocesitas menores, juguetones, prendados de las mujeres y proclives - como supieron pronto - a los objetos metálicos amarillos.
(…) El momento idílico duró muy poco y pronto comenzó la barbarie. Cuando Colón llegó en su segundo viaje a La Española, encontró las cenizas del fuerte y a sus ocupantes muertos por los naturales del lugar. El incidente fue comentado en su momento por el hijo del descubridor, Fernando Colón, quien afirmaba que los españoles esperaban que en la Navidad, “viendo la mansedumbre de los indios, no curaron en guardar la fortaleza que les quedó a cargo” sino que, en grupos de dos o tres, efectuaron incursiones en las cuales “los cristianos empezaron a tener pendencias y discordias entre sí y a robar cada uno mujeres y todo lo que podían”. Estos hechos comenzaron a ser habituales. Se multiplicaron los excesos de toda índole creciendo hasta colmar la paciencia de los nativos, que finalmente solo deseaban terminar con los que se habían instalado en su suelo sin las conductas esperadas de las deidades, sino, por el contrario, perturbando toda su forma de vivir con sus continuas rapiñas y abusos de todo tipo. Colmada la paciencia, aniquilaron a los españoles del fortín, constituyéndose éste en el primer levantamiento contra los invasores.
Y así empezó un complejo proceso con aspectos culturales, religiosos, económicos y políticos, que hasta hoy quedan por desentrañar.

Extraído de: 500 AÑOS. Breve crónica del descubrimiento de unos humanos con unos derechos. Luis Pérez Aguirre. Revista Educación y Derechos Humanos Nº 15; 1992.

¿CON QUÉ DERECHO Y CON QUÉ JUSTICIA?


El 30 de Noviembre de 1511 en la Isla de la Española (hoy Santo Domingo), un fogoso fraile dominico llamado Antonio de Montesinos pronunció un encendido sermón en presencia del almirante Diego Colón (hijo de Cristóbal) y de un grupo de oficiales del rey. En él decía:
“Decid ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tal cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de comer y curarlos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir los matáis, por sacar y adquirir oro cada día?”.
Sus palabras desencadenaron un vendaval de consecuencias imprevisibles. Porque el fraile negó los sacramentos a sus feligreses, afirmando: “Estáis en pecado mortal, y en él vivís y morís”. Entre sus oyentes se hallaba un sacerdote hasta ese entonces insensible a las atrocidades cometidas. A partir  de entonces, Bartolomé de las Casas – ese era su nombre- profundamente impresionado por el sermón, tomará la senda de la defensa indeclinable del indio y la clamorosa difusión de lo que sucedía en las tierras conquistadas. Otras personas seguirán el mismo rumbo, plasmando su inquietud no solo en denuncias sino también en experiencias protectoras de la situación de los colonizados.
Extraído de: La lucha por los derechos humanos de los vencidos por la conquista de América (de Montesinos a Artigas). Primera Parte. Francisco Bustamante. Revista Educación y Derechos Humanos Nº 15; Marzo 1992.