A 521 años de la
llegada de Cristóbal Colón a América, publicamos dos aportes que van más allá
del simple recordatorio o efemérides y tratan de ser puntos de partida hacia la
reflexión.
DE UNOS HUMANOS CON
UNOS DERECHOS
Miramos la llegada de los europeos a las costas de
la isleta Guanahaní, que Cristóbal Colón denominó San Salvador, aquel 12 de Octubre de 1492,
con los ojos de sus perplejos habitantes. Para nosotros, latinoamericanos, no
puede ser de otra manera en este momento. Y la llegada a la playita de la
pequeña isla de aquellos barbados europeos fue motivo de doble perplejidad. Por
que la subestimación del natural de la región y el racismo consecuente de la
historiografía oficial obnubilaron la versión de los “vencidos”.
Ellos los vieron acercarse en un pequeño bote, bajo
el solazo de aquella mañana de Octubre. A lo lejos, se recortaba la silueta de
unos extraños palacios flotantes en las
templadas aguas caribeñas. Pero lo que más les llamaba la atención era la barba
rojiza o renegrida de los que trastabillaban desembarcando en la arena, el
color claro de sus ojos, la blancura lechosa de su piel y la insistencia en
tanta ropa encima, corazas y sombreros estrafalarios.
Por un sutil momento estuvieron como frente a
frente, en una virtual detención del tiempo y la historia, observándose
atónitos. Ninguno de los dos grupos, ni los hermosos y desnudos nativos ni los
visitantes foráneos y revestidos en telas insólitas, podía comprender que ese
momento inauguraría un ciclo nuevo e irreversible en la historia del planeta
que habitaban desde siempre ignorándose.
Por ambos lados los razonamientos en los cerebros
que soportaban el sol plomizo de la isleta Guanahaní, llegaban a conclusiones erradas.
Colón y su gente sólo atinaban a pensar que se habían encontrado con las Indias
Orientales y que esa gente en la playa
no podía ser otra cosa que unos típicos recolectores de especias, quizás una colonia penitenciaria
del Gran Khan, cuya crueldad en Europa se conocía desde los relatos de Marco
Polo.
Desde la orilla, los nativos pensaban que los
visitantes eran sin dudas la encarnación de los asombrosos dioses tan
esperados, que vendrían del mar cumpliendo las ancestrales profecías de
Kukulkan, Quetzalcóal y Viracocha. Por eso con toda la ingenuidad les otorgaron
categoría divina. Aceptaron sus mandatos y sus voluntades con una facilidad
infantil que les costaría el genocidio y una de las mayores tragedias humanas
que se conocen hasta la fecha. Con lógica simplicidad les aplicaron las jerarquías
de los dioses, la mayor para aquel jefe, alto y rubio, de grandes ojos azules.
Luego, en grado inferior, a los capitanes hasta llegar al resto de la
marinería, seguramente diocesitas menores, juguetones, prendados de las mujeres
y proclives - como supieron pronto - a los objetos metálicos amarillos.
(…) El momento idílico duró muy poco y pronto
comenzó la barbarie. Cuando Colón llegó en su segundo viaje a La Española,
encontró las cenizas del fuerte y a sus ocupantes muertos por los naturales del
lugar. El incidente fue comentado en su momento por el hijo del descubridor,
Fernando Colón, quien afirmaba que los españoles esperaban que en la Navidad,
“viendo la mansedumbre de los indios, no curaron en guardar la fortaleza que
les quedó a cargo” sino que, en grupos de dos o tres, efectuaron incursiones en
las cuales “los cristianos empezaron a tener pendencias y discordias entre sí y
a robar cada uno mujeres y todo lo que podían”. Estos hechos comenzaron a ser
habituales. Se multiplicaron los excesos de toda índole creciendo hasta colmar
la paciencia de los nativos, que finalmente solo deseaban terminar con los que
se habían instalado en su suelo sin las conductas esperadas de las deidades,
sino, por el contrario, perturbando toda su forma de vivir con sus continuas
rapiñas y abusos de todo tipo. Colmada la paciencia, aniquilaron a los
españoles del fortín, constituyéndose éste en el primer levantamiento contra
los invasores.
Y así empezó un complejo proceso con aspectos
culturales, religiosos, económicos y políticos, que hasta hoy quedan por
desentrañar.
Extraído de: 500 AÑOS. Breve crónica del descubrimiento de unos
humanos con unos derechos. Luis Pérez Aguirre. Revista Educación y Derechos
Humanos Nº 15; 1992.
¿CON QUÉ DERECHO Y
CON QUÉ JUSTICIA?
El 30 de Noviembre de 1511 en la Isla de la Española (hoy
Santo Domingo), un fogoso fraile dominico llamado Antonio de Montesinos
pronunció un encendido sermón en presencia del almirante Diego Colón (hijo de
Cristóbal) y de un grupo de oficiales del rey. En él decía:
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhoFzh9jFJ99aeVru9023jt8c9hdW8TN-rJVJWfx4qR5ZpiCnvZ7i1VYMwwwOVw5G6t4JWGMrfThvOwtIMnwGCyyZX3Hr_stLw1B6WjgHPKHikoSb2LpK5xdipBLfeJA-JpO5KtxS9BBmSe/s320/bartolome-de-las-casas-003.jpg)
Sus palabras desencadenaron un vendaval de
consecuencias imprevisibles. Porque el fraile negó los sacramentos a sus
feligreses, afirmando: “Estáis en pecado
mortal, y en él vivís y morís”. Entre sus oyentes se hallaba un sacerdote
hasta ese entonces insensible a las atrocidades cometidas. A partir de entonces, Bartolomé de las Casas – ese era
su nombre- profundamente impresionado por el sermón, tomará la senda de la
defensa indeclinable del indio y la clamorosa difusión de lo que sucedía en las
tierras conquistadas. Otras personas seguirán el mismo rumbo, plasmando su
inquietud no solo en denuncias sino también en experiencias protectoras de la
situación de los colonizados.
Extraído de: La lucha por los derechos humanos de los vencidos
por la conquista de América (de Montesinos a Artigas). Primera Parte. Francisco
Bustamante. Revista Educación y Derechos Humanos Nº 15; Marzo 1992.