"He dicho Escuela del Sur; porque en realidad, nuestro norte es el Sur. No debe haber norte, para nosotros, sino por oposición a nuestro Sur. Por eso ahora ponemos el mapa al revés, y entonces ya tenemos justa idea de nuestra posición, y no como quieren en el resto del mundo. La punta de América, desde ahora, prolongándose, señala insistentemente el Sur, nuestro norte.”
Joaquín Torres García. Universalismo Constructivo, Bs. As. : Poseidón, 1941.
Orígenes. Primeros años. Educación.
Joaquín Torres García nació en Montevideo el 28 de julio de 1874, hijo de Joaquín Torres Fradera y María García Pérez.
Su padre era catalán. Había nacido en Mataro en el seno de una familia de cordeleros es decir en un ambiente relacionado con la navegación. Quizás por ello, en su condición de segundón, que no le ofrecía demasiadas perspectivas de continuar el negocio de su progenitor, emigró a los diecinueve años al Uruguay, donde trabajó denodadamente creando en Montevideo y en lo que en el último cuarto del siglo pasado se denominaba "Plaza de las Carretas" un establecimiento comercial que era algo así como un bazar o almacén de los más heterogéneos artículos, con una cantina anexa que frecuentaban principalmente los gauchos que llegaban a la ciudad para vender sus productos y a ola vez hacer su provisiones.
Torres Fradera tenía, junto a su almacén y cerca de un copudo ombú, un aserradero de madera y un vasto taller de carpintería en el que Joaquín pasaba muchas horas cortando y ensamblando piezas. Su arte acusará la huella de la habilidad así adquirida. La madre, uruguaya de nacimiento pero hija de un oriundo de Canarias, de nombre José María y de profesión carpintero, y de una mujer Rufina, que era la única americana de varias generaciones y tenía en sus venas sangre de los colonizadores españoles y de los aborígenes. Joaquín creció flaco y pálido, como decían los suyos "era todo pellejo y huesos". Se manifestaba sensible y nervioso. Dotado de un gran poder de asimilación, se formó en buena parte por su cuenta, leyendo vorazmente. Torres Fradera experimentará diversos altibajos en su situación económica. Sus ahorros se esfumarán al quebrar un banco y, cuando había rehecho su fortuna, una disposición del gobierno uruguayo, prohibiendo determinadas importaciones lo arruinó de nuevo. Decidió volver a tierra de sus padres. En julio de 1891 embarcó en Montevideo con su esposa e hijos hacia Génova y seguidamente rumbo a Barcelona.
Vuelta a las raíces. Aprendizajes. Tanteos.
Llegados a la capital catalana, van casi sin detenerse, del puerto a la estación ferroviaria, para tomar el tren que los lleve a Mataro. Joaquín tiene diecisiete años. Todo excita su curiosidad: la gran ciudad vislumbrada y la villa nativa de su progenitor; el taller de la familia de cordelería; incomprensible lenguaje en el que su padre conversa con sus tíos y sobrinos, aquel catalán que al poco tiempo hablar a la perfección e incluso años más tarde utilizará literariamente; el suave paisaje de Mareme, de vegetación modesta pero animado por la incomparable luz del mar latino, que habrá de influir posteriormente y de un modo decisivo en la concepción clásica de una etapa de la evolución pictórica. Frecuenta la escuela nocturna de Artes y Oficios para tomara lecciones de dibujo con Josep Vinardell. Se inicia en la pintura...
A la vez que se forma culturalmente, su afición a la pintura va en aumento. Llega un momento en que su destino está decidido, no sin cierta oposición paterna: será artista. Ingresa a la célebre Academia de la Lonja, la célebre "Llotja" fundada por la Junta de Comercio y que en los días de Torres García se denominaba "Escuela Oficial de Bellas Artes de Barcelona" En 1897 un número extraordinario del diario barcelonés "La Vanguardia" reproduce un dibujo suyo: una escena callejera costumbrista llamada "La compra de turrones" y al cabo de pocos días presenta una variada colección de dibujos en el Salón de Exposiciones del mismo diario. Se sabe que Torres García trabajó una temporada en las obras del templo de la Sagrada Familia, a las órdenes de Antonio Gaudí, aunque se desconoce la naturaleza de su aporte a la obra, así como que colaboró con Gaudí en la Reforma de la Catedral de Palma de Mallorca.
En 1904, poco después de trabajar a las órdenes de Gaudí realiza con Iu Pascual, su compañero de trabajo en la Catedral Mallorquina una exposición en el "Círculo Artístico de Sant Luc" con gran apoyo de la crítica especializada. En mayo de 1904 publica un artículo en la revista "Universitat catalana" donde sostiene que nunca la forma artística debe consistir en una copia de la realidad, revelando así el idealismo de su concepto del arte.
Iniciación al muralismo. Desengaños, Bélgica.
En 1906 se le presenta a Torres García la primera oportunidad de realizar un trabajo personal: pintar óleos de escenas idílicas de la vida campesina en una estancia de la residencia del Barón de Rialp. Prontamente recibe otro encargo, se trataba de la seis grandes lienzos para decorar la Capilla del Santísimo de la Iglesia Neoclásica de San Agustín de Barcelona. En 1908 se presenta otra gran oportunidad para Torres García, pintar una estancia del ayuntamiento de Barcelona, realiza allí escenas alusivas a la actividad comercial y mercantil de la ciudad. Su obra generó algunas voces de descontento "su modernidad desagradó a los rutinarios". En 1910, ya casado con Manolita Piña, parte a Bruselas con el objetivo de montar el pabellón uruguayo de la Exposición Universal, pinta allí escenas dedicadas a las principales fuentes de riqueza de su país: la ganadería y la agricultura. Tanto en el viaje de ida como de vuelta se detuvo en París donde intercambio ideas y contempló la obra de sus amigos pintores. A su retorno a mediados de 1910 expone en la sala "Faianç Catala", la acogida de la prensa y el público es tibia, solo algún crítico elogia la armonía de sus grises pero con reticencias.
El descubrimiento del Mediterráneo. Serenidad.
Por razones de economía el matrimonio Torres-Piña se instala en Vilasar del Mar, el pintor encuentra allí un aislamiento fecundo. La sugestión de aquel paisaje ribereño contribuye a despertar en su espíritu un fervor por lo clásico. Por ello al nacer en Vilasar su primera hija le asigna el nombre de Olimpia, le seguir cuatro años después Ifigenia, luego Augusto y por último Horacio. Parece haber logrado ver con sus ojos lo que contemplaban los antiguos. En la primavera de 1911 se celebra en Barcelona la "Sexta Exposición Internacional del Arte", Joaquín había enviado allí diversos cuadros como "Palas introduciendo a la Filosofía en el Helikon como Décima Musa"
Tiempo más tarde le proponen la tarea de adorno y restauración del Palacio de la Generalitat, realizando también los murales del "Salón de San Jorge". A mediados de 1912 parte a Italia con el propósito de conocer los frescos sobre todo los de Pompeya, sin embargo fatigado por tantos viajes desistió de la empresa, estuvo en Florencia y en Roma.
En setiembre de 1913 aparece un libro de Torres García llamado "Notes sobre art" que recopila sus conceptos sobre estética. Sus frescos en las paredes del Salón de San Jorge le ocasionaron muchas críticas, incomprensión y disgustos. Se crea una gran polémica en torno a su arte que sacude toda Barcelona.
El sosiego anhelado.
Lejos de las intrigas de Barcelona Joaquín Torres García pretende arraigarse y vivir en una casita de campo en las cercanía de "Can Bogunya". Esta casita se inaugurar en 1914 era una mezcla de casa de campo catalana, villa romana y templo griego con dinteles y columnas inclusive, la bautizó con el nombre de "Mon Repos", o sea "Mi descanso". Pero el sueño no pudo cumplirse, Torres García no pudo renunciar a su pasión y continuar con el Salón de San Jorge y otras obras. Elabora un arte muy sencillo, voluntariamente limitado.El arte que crea entre 1915 y 1917 puede calificarse de franciscano porque surge fruto de una total admiración a cuanto lo rodea.
La crisis de 1917. Dinamismo ciudadano.
A principios de 1917 y junto al pintor Rafael Sala, expone por segunda vez en las galerías Dalmau, que albergaban las más célebres manifestaciones artísticas de Barcelona. Ese mismo año toma contacto con el pintor uruguayo Rafael Barradas, con quien establecerá un vínculo muy estrecho. Barradas denomina a la pintura de Torres García "vibracionismo". Paulatinamente y sobre todo después de la muerte de su amigo Henrios Proa de la Riba, Torres García pierde apoyo de las autoridades locales y es muy seriamente cuestionado por la prensa. Su cuarto fresco en el Salón de San Jorge fue ampliamente censurado. Los años 1918 y 1919 serán muy duros.
Desaliento. Arte pobre. Inconformismo.
El desengaño sufrido lleva a Torres García a aislarse, concentrarse más en sí mismo y limitar sus amistades a un círculo de personas de ideología inconformista, incluso simpatizantes de la revolución. Torres García ser presa del estado de espíritu de su tiempo.
Ni el desaliento ni la austeridad son obstáculos para que se realice entonces una de sus obras más felices y enjundiosas: un panel decorativo con unos personajes elegantemente vestidos y situados en el jardín (entre ellos el propio pintor), que exhibió en la Exposición General de Arte de Barcelona, celebrada en la primavera de 1918. En aquel mismo período, Torres García inicia una modalidad en su producción artística en la que pondrá muchas esperanzas y obtendrá nuevos desengaños a pesar del evidente interés que ofrece: se dedicar a la producción de juguetes de madera, diseñados por el e ingeniosamente ensamblados. Las horas de infancia transcurridas en el taller de su padre en Montevideo estaban allí presentes. Pero el negocio fracasa. La situación económica empeora. En el ambiente artístico catalán donde abundan como en todas partes los maledicientes empieza a aludirse Torres García como "Torres-Desgracias". Desanimado decide marchar a los Estados Unidos.
Otra vez el Mediterráneo. Frustraciones. Episodio final de los frescos barceloneses.
Los Torres se instalan en Fiéstole, el artista deja de pintar enfrascado en la fabricación de juguetes de madera, celebra una muestra con grandes expectativas y muy pobres resultados. Un nuevo emprendimiento en materia de industria del juguete queda frustrado por el incendio de un almacén donde guardaba las existencias ya listas para la venta de Navidad. Igualmente Torres García continúa con la construcción y venta de juguetes a Norteamérica y Holanda. Pero el régimen fascista italiano más allá de las razones económicas hace muy incómoda la permanencia de la familia Torres-Piña en Italia.
En diciembre de 1924 se instala en Villefranche-sur-Mer, un pueblito francés de la Costa Azul y empieza a pintar nuevamente. Se diría que el ambiente del Mediterráneo ha desarrollado su espíritu clásico pintando hombres y mujeres trabajando la tierra, más semidioses que agricultores, pintados con un voluntario arcaísmo estilístico. La dictadura de Primo de Rivera incide en la autonomía de Cataluña, y pintores oficialistas y con tendencias académicas quedarán a cargo de los frescos del Salón de San Jorge. Con honrosas excepciones muchos pintores se prestaron gustosos a eliminar la obra mural de Torres García. La tendencia era "dar marcha atrás" a la obra de la administración catalana, lo penoso es que ninguno de esos pintores depredadores de la obra de Torres García logró jamás superar ni su fama, ni su obra.
En setiembre de 1926 y estimulado por el éxito de algunas exposiciones suyas logra el sueño de llegar a París con toda su familia.
Estancia en París. Actividad febril. La abstracción.
Los primeros tiempos en París fueron muy duros, dificultades para conseguir alojamiento, la "Vía Crucis" de los "marchands". Sin embargo nunca deploró haber pasado por desalentadoras experiencias: "Yo he aprendido mucho en París, puedo decir que allí me formé definitivamente" sostiene Torres García.
En los primero tiempos de su estancia en París, su pintura acusa una influencia "fauve" en la voluntaria brutalidad de los rostros o las figuras de cuerpo entero, pintadas toscamente como ciertos ídolos de los pueblos salvajes, aunque en la obra de aquella época, además de la seducción del arte negro, se percibe en algunos paisajes y bodegones, una preocupación estructural de innegable filiación cubista.
El círculo de amistades de Torres García en París entre 1928-1929 revela, pues una afinidad en el sentido artístico, con un conjunto de personas que, a pesar de la diversidad de formulaciones y de la multiplicidad de los experimentos estéticos llevados a cabo por cada una de ellas, aprecian lo estructural más que lo aparente, el concepto más que la imagen, lo racional más que lo sensible.
A finales de 1928 Torres García se ha desprendido ya de todo resabio "fauvista" y primitivista y tiene de a la abstracción. Su tendencia a la austeridad formal se acusa en una modalidad estilística que dar mucho juego en su pintura por aquellos años: la disociación de la línea y el color y la producción de un tipo de dibujo muy esquemático.
"La Historia del Arte -dijo Torres García- muestra que todos los pueblos pasan de lo puramente imitativo a lo abstracto. Esa evolución no es fortuita: obedece a la tendencia de la Humanidad a seguir el sentido del Universo, que en todo momento se encamina hacia la Unidad..."
Si la perspectiva constituía para el pintor un impedimento para sugerir, en un solo plano, la noción de la unidad de la diversidad de las formas, también en aquella época constructiva consideró Torres García que los valores, la intensidad de los tonos o lo que se denominas "claroscuro" son elementos accesorios o secundarios respecto a lo esencial, que es el color, de modo que, para no perjudicar la unidad de la composición, aprovecha el sistema del funcionalismo ortogonal o de las cuadrículas, para destruir el colorido, asignando cada color diferenciado a un plano o cuadro distinto.
Del tamaño de éstos dependía, al parecer del artista la intensidad tonal. Las formas y los colores que perciben nuestros sentidos son, pues reelaborados y pasan a ser objeto de una reestructuración. Pero ésta no se hace arbitrariamente. Sometiéndola a una orden -decía Torres García- se puede elevar a la Naturaleza a un plano universal, porque se procura ajustar lo visible a la ley de Unidad que preside el Cosmos. La pretensión del artista era, por tanto, muy ambiciosa. Si, por un tiempo, definió sus pinturas como "Constructivismo" poco después les aplicó la denominación de "Universalismo Constructivo"" En definitiva se trata de un arte de gran contenido ideológico, ya que aspiraba a dar una visión unitaria del Mundo por medio de una rígida estructura y de un esquematismo formal y colorístico, sin incidir en la abstracción total. Por eso las obras del pintor están llenas de alusiones a la realidad, Torres García incluye en los recuadros de sus composiciones, representaciones de objetos usuales: un reloj, un martillo, un áncora, o bien figuraciones de seres vivientes: un pez, un hombre... Así el contemplador de esta especie de jeroglífico nunca llega a tener la impresión de estar desligado en la realidad perceptible.
Durante sus años parisinos pudo haber sido completamente feliz de no haber sentido de un modo acuciante la preocupación económica. El crack de 1929 y la consecuente crisis económica mundial, lo hacen pensar en trasladarse a España donde acababa de instaurarse la República Española, pensando sobre todo en sus amigos influyentes ahora en el nuevo régimen. Llega a Madrid el 11 de diciembre de 1932.
Período madrileño. Vanos esfuerzos. Transitoriedad.
Pasar en Madrid cerca de un año y medio. Reconoce en su autobiografía como una de las épocas de su vida en que ha sufrido más, no solo desde el punto de vista económico, la prédica de su estética, y su pintura son recibidas con indiferencia. Sin embargo más allá de esas dificultades puede Torres García reencontrar viejos amigos de su etapa catalana y hacer muchos nuevos amigos, hombres ilustres de su tiempo, vanguardia artística de la época como Federico García Lorca que tenía referencias suyas a través de Rafael Barradas, entre otros. Lo que no obtuvo fue el público reconocimiento de su valía. De gran ascendiente entre sus alumnos, logró formar un Grupo de Arte Constructivo. Precisamente cuando su situación económica tendía a mejorar, Torres García resuelve viajar a América, primero piensa en México pero descarta esa tierra por motivos de salud, luego en Montevideo para donde embarca en abril de 1934.
Los últimos años en el Uruguay. Fecunda docencia.
Cuando después de 43 años de ausencia, regresó a los 60 años a Montevideo y se constituyó en un incansable maestro. En la capital uruguaya dictó más de seiscientas conferencias, pintó con asombrosa vitalidad y llegó a publicar cerca de una decena de libros, debemos recordar que, pese a los motivos sentimentales los contactos de Torres García con su país de origen no habían sido muy intensos. A causa del carácter esporádico de esas relaciones, la información que el artista tenía sobre su país de origen era más bien escasa. Inmediatamente sintió una profunda admiración por Montevideo y sus habitantes. La desilusión vino poco después, cuando Torres se percató de que aquella ciudad de Montevideo que tenía todo el aire de gran metrópoli del siglo XX en lo material, se nutría en cambio, en lo artístico, de las manifestaciones más pobres y anticuadas. Ante ese contraste Torres García reaccionó con su característico entusiasmo. Publicó multitud de artículos de prensa, pronunció en círculos culturales, aulas universitarias, emisiones radiofónicas una impresionante cantidad de conferencias. Buscó aleccionar a sus compatriotas y mostrarles la diferencia existente entre el arte periclitado y el arte vivo. Multiplicó las exposiciones haciendo presente su arte. A partir de mayo de 1936 edita una revista "Círculo y Cuadrado" casi integramente confeccionada por él, segunda época de "Cercle et Carré" fundada en París para el movimiento contructivista. Más tarde en 1944 publica "Removedor" que se define "Revista del Taller Torres García". En el grupo de sus discípulos figuran entre otros sus dos hijos Augusto y Horacio, Julio, José Gurvich, Francisco Matto, José Cullell y Gonzalo Fonseca. Torres García se siente compenetrado con la tierra que lo vio nacer porque, finalmente, sus compatriotas se han percatado de lo mucho que ha hecho para afinar la sensibilidad colectiva en lo que a la plástica se refiere. Fallece en Montevideo el 8 de agosto de 1949.
Información tomada de: Torres García / Enric Jardí. -- Barcelona : Polígrama, 1987.